Paraísos Internos
Los caminos de la intuiciónParaísos Internos
Casa Lamm
Septiembre 2004
En el principio estaba el camino.
Giorgos Seferis
Por: Germaine Gómez Haro
Juanita ha desarrollado desde sus inicios un lenguaje que colinda con la figuración abstracta, haciendo uso de composiciones basadas en formas geométricas sencillas y elegantes a las que intercala signos y símbolos que funcionan como insinuaciones poéticas. En su trabajo reciente, reunido en la exposición Paraísos Internos, la incorporación de mapas geográficos revela la intención conceptual que ha sido el motor de esta obra. Sus caminos marcan los andares de su devenir existencial y creativo. Son rutas que dan cuenta de un entramado de deseos, frustraciones, búsquedas, encuentros, pérdidas, gozos y desasosiegos que podrían leerse como una cartografía espiritual y como metáfora de su paisaje interior.
Su geografía imaginaria nos habla de memorias cargadas de emociones y vivencias que se perciben como destellos de su vida. En el plano formal, se viven como el punto de intersección que marca un sutil equilibrio entre la abstracción geométrica y la expresión vital, entre el rigor del oficio y el despliegue sensorial de la materia y el color que ha liberado a su pintura del sometimiento de la línea y la perspectiva. Son el puente que une el arte y la vida, el mundo interno y el externo, lo real y lo imaginario. El hoy y el ayer. El acto creativo consiste en lograr la síntesis de la materia y el espíritu. Una de la piezas más significativas de la muestra es el políptico titulado Pasando fronteras, el cual entreteje su concepción formal y conceptual: “El deseo de organizar el desorden, de bucar la armonía y la paz interior, usando el lenguaje artístico como un medio de comunicación visual, y, simultáneamente, de custionamiento interno”.
Su pintura se ha distinguido por un colorido explosivo que produce delirantes vibraciones visuales. Pocos creadores contemporáneos se atreven a manejar combinaciones extravagantes con un resultado tan afortunado, que imperceptiblemente remite a la paleta libérrima de Pedro Coronel. En su trabajo reciente la artista se concentra casi exclusivamente en un solo color por obra. Predomina una gama de rojos brillantes mezclados con grana cochinilla y azules etéreos que recuerdan ese misterioso tono que plasmaron con maestría los tlacuilos mayas precolombinos. En estas piezas las variaciones tonales son sutiles, casi monocromáticas, de no ser por las numerosas capas de pintura superpuestas que se asoman entre los diversos elementos que componen la tela. Las fragmentaciones, transposiciones y ensamblajes de materiales variopintos que sutilmente entreteje en las superficies de sus telas recrean combinaciones infinitas.
En su pintura, la materia y la textura han sido una constante a lo largo de toda su trayectoria. Pero más allá del gusto por la técnica y del dominio en la factura, en la obra de Juanita Pérez este medio se asocia a sus reflexiones filosóficas y estéticas. El papel amate y los trozos de textiles que incorpora a sus composiciones se vinculan a su interpretación muy personal de la tradición indígena que tanto la impactó a su llegada a México. Por eso afirma que el trabajo que ha realizado en nuestro país no hubiese podido surgir en ninguna otra parte del mundo. Su pintura podría ser considera muy mexicana -si acaso al arte se le puede atribuir una nacionalidad- sin caer en ningún momento en el folclorismo o en la imitación superficial de las artes populares que en un nuestro país perviven y forman parte de nuestras creaciones más auténticas. Juanita Pérez ha sabido absorber la esencia de nuestra riqueza cultural y la ha fusionado con su propio bagaje artístico, dando como resultado una obra sincrética que se inserta con fortuna en la tendencia posmoderna de nuestro tiempo, con sus ecos reverberantes de voces ancestrales y penetrantes que denotan, a la vez, frescura y contemporaneidad.
Sus cuadros, cargados de sensualidad y de un enloquecido control, son suntuosos, cálidos y sofisticados, pero su transfondo filosófico se impone a la belleza formal. La pintura es para Juanita Pérez un acto de retrocognición, es el camino que le ha permitido explorar su cartografía interior para conciliar el adentro y el afuera, el tiempo vida y el tiempo muerte y descubrir que la utopía del Paraíso se encuentra en el efímero contacto con lo bello, cuyo principal atributo es la evanescencia. El Paraíso significa para esta artista “una visión de redención y de respiro, de deseo y necesidad”. Su deseo queda plasmado en una pintura de esencias y evanescencias que dibuja los caminos de su intuición con ritmo, cadencia, equilibrio y armonía: “ Con esta obra -comenta- quiero inventar paraísos internos, tejiendo, conectando, reinventando geografías, soñando con nuevos vínculos, creando posibilidades de comunicación. Pasar fronteras físicas y espirituales apostándole a la vida”.
Sus cuadros, cargados de sensualidad y de un enloquecido control, son suntuosos, cálidos y sofisticados, pero su transfondo filosófico se impone a la belleza formal. La pintura es para Juanita Pérez un acto de retrocognición, es el camino que le ha permitido explorar su cartografía interior para conciliar el adentro y el afuera, el tiempo vida y el tiempo muerte y descubrir que la utopía del Paraíso se encuentra en el efímero contacto con lo bello, cuyo principal atributo es la evanescencia. El Paraíso significa para esta artista “una visión de redención y de respiro, de deseo y necesidad”. Su deseo queda plasmado en una pintura de esencias y evanescencias que dibuja los caminos de su intuición con ritmo, cadencia, equilibrio y armonía: “ Con esta obra -comenta- quiero inventar paraísos internos, tejiendo, conectando, reinventando geografías, soñando con nuevos vínculos, creando posibilidades de comunicación. Pasar fronteras físicas y espirituales apostándole a la vida”.