El ruido del tiempo

Después de haber trabajado arduamente en la figuración, Juanita Pérez-Adelman se plantea desde hace algunos años, una ruptura tajante en su obra inicial y se atreve a lanzarse de lleno al terreno de la abstracción, haciendo de su trabajo plástico un espejo de su fuero interno.

Los años de estudio en su natal , su estancia en los campos de las universidades estadounidenses realizando una maestría y enseñando, así como los años de ejercicio plástico en México, se sintetizan en una obra en la que es evidente el interés en el manejo de los espacios y la composición, que dan a sus cuadros una estructura casi ‘arquitectónica’, que la acerca a los constructivistas latinoamericanos, quienes apuestan a la sensualidad y a la emoción en su discurso icónico.

Juanita Pérez-Adelman se acerca a la abstracción en este momento de plenitud y equilibrio interno porque considera que ‘el arte abstracto es la esencia de las cosas, es un lenguaje universal que no se queda solo en la apariencia, en la forma externa de lo tangible y lo intangible, sino que va al corazón de todo lo que nos rodea, busca y obtiene respuestas en un idioma que encuentra eco en el espectador, sin importar su nacionalidad ni su peculiar bagaje cultural’.

Si alguna palabra pudiera definir la personalidad de esta artista sería: audacia. El ambicioso reto que se plantea es que a pesar de echar mano de elementos abstractos geometrizantes intenta con estos comunicar sentimientos como pasión y sensualidad, los cuales no son exclusivos del cuerpo humano o de los cuerpos reconocibles, sino que están imbricados en el lenguaje estético.

De ahí el uso tímbrico del color, la importancia de las texturas y el uso de los materiales que integra con gran libertad y de forma muy lúdica como hojas de maíz y amate ‘que nos habla de la memoria del papel y de un quehacer artístico ancestral’.

Para la pintora, los sentimientos y las sensaciones son productos de un ambiente, de una introspección. Del paso voluntario a percibir y proyectar su mundo interno recuperando la memoria de sus tesoros vivenciales, desde sus raíces colombianas hasta su paso por México.

En una relación dialéctica con su propia creación, la artista vuelca el sentimiento y lo plasma en una audaz hoguera de color. Al concluir el rito, encuentra la razón de ser de ese cuadro, porque ya aflorados los secretos puede reconocer lo que en su interior era solo intuición y una percepción que apenas se adivinaba y que en el papel sorprende a la propia autora.

La convivencia afectiva de Juanita Pérez-Adelman con sus cuadros hace que no pierda su identidad o que postergue sus raíces y que nos ofrezca cuadros de una gran fuerza que invitan al espectador a tener un largo y voluptuoso contacto, para descubrir en ellos color, intensidad y las sensaciones que la artista tiene a flor de piel.